El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 21 de junio de 2014

El diario de Patricia (3)


El comienzo:
Mejor vayamos al inicio de mi vida: Naci en alguna parte de este planeta Tierra, de cielo bello iluminado por la luna y las estrellas, mas específicamente en la ciudad de Puno, en el Perú. Por el trabajo de mis padres tuvimos que trasladarnos a un anexo de provincia, un pueblito de las alturas del altiplano. Hasta los tres años viví ahí, hacia, dicen, mucho frio, lo cual parece normal porque Puno está a más de cuatro mil metros de altura, yo no recuerdo mucho de esa época, lo que si recuerdo claramente son dos episodios traumáticos de mi niñez.
El primero, aunque traumático para mi, recordado ahora es un poco gracioso. Un día, no recuerdo que edad tenía pero recién aprendía a caminar, salimos a la plaza central del pueblo y como era campo había vacas, ovejas, carneros, de  esos que cornean. Uno me comenzó a corretear por el parque, así es como aprendí a caminar y de frente  a correr. Hasta ahora lo recuerdo, pero no con pena, si  no como algo gracioso, si mis padres hubieran tenido una cámara lo podían haber filmado, y seguro que habría aparecido en la tele en uno de esos programas de videos graciosos.
El  otro es un poco triste. En esos años estaba en su apogeo el terrorismo de los años ochenta en el Perú, los terrucos, nombre con el que se les conocía, entraban a pueblos alejados donde no había policías ni militares, hacían asambleas donde adoctrinaban en su ideología a los  pobladores, asesinaban a autoridades o a todos los que estaban en su contra. Uno de esos días hubo un fuerte rumor de que terroristas habían atacado el pueblo anterior al nuestro, los siguientes éramos nosotros, esto me contó mi mama, pero lo que recuerdo claramente cuando tocaron la puerta de nuestra casa era un vecino que nos dijo eso, que estaban cerca al pueblo.
Todo quedó en un rumor, ellos afortunadamente nunca llegaron, pero sí que estuvieron cerca. Por las noticias nos enteramos que mataron a mucha gente, muy, pero muy cerca de nosotros.
Con esa experiencia mis padres cambiaron sus planes la familia. Nació mi hermano y a pesar que era un sitio lindo, según me cuentan, nos vinimos al Cusco que es aun más lindo.
Ya instalados en el Cusco, con cinco años asistí a un jardín de niños muy cerca de mi casa y posteriormente hice la primaria en una escuela también en mi mismo barrio, solo les puedo decir que es en San Sebastián para evitar los autógrafos, ja, ja.
Siento que viví una niñez muy inocente y de hecho fue así: disfruté del campo jugando con vecinas a las casitas, a las  muñecas, corriendo y saltando a más no poder. Recuerdo que de noche salíamos a jugar de todo, nos divertíamos un montón, eran otros tiempos, es notorio que las cosas han cambiado.
Aun sueño con ese cuerpo, sin una pizca de temblor, ágil, audaz, atrevido, con función motora normal, que podía bailar rítmicamente. Realmente debemos perder algo para valorar lo que tenemos. Debe ser una ley o algo así. Cuando llega la enfermedad a tu vida y llega una como la que a mí me ha tocado, es como una bofetada. Ahí es cuando descubrí que no era tan importante mi estatura, sobre todo si tenía un buen cuerpo o si estaba “rica” como dice la juventud últimamente.
 

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